viernes, 15 de noviembre 2024 | English | INICIAR SESIÓN
diciembre 11 de 2018
Héroes camino al destino

Desde VAMOS COLOMBIA queremos que los voluntarios y participantes encuentren nuevas formas de narrar su experiencia. Para VAMOS Usme, los invitamos a contarla a través de una crónica. El periodista Alberto Salcedo Ramos seleccionó, entre muchas de excelente calidad, la siguiente crónica que queremos compartir con ustedes.

VAMOS COLOMBIA es una campaña de voluntariado corporativo en la cual, durante 4 días, voluntarios de las empresas conviven con personas en ruta de reintegración, el ejército y la comunidad para aprender a ponerse en los zapatos del otro y construir por encima de las diferencias.

Por Rosalía Castro
Fundación Telefónica

Empacar es pensar en muchas cosas. Comenzamos tal vez por el clima y confiamos en alguien que nos dice que hace mucho frío, pero nos cuesta saber cuánto es mucho. Exageramos o ignoramos advertencias. Continuamos imaginando los días que estaremos y nuestras necesidades en esos días: ropita vieja, medias calientes, un overol, unas botas, una o dos mudas diarias, impermeable.

Sí, seguimos pensando en todo tipo de contingencias. Si llueve, debo tener ropa de cambio.

Las botas, mejor las dejo, porque me causan ampollas. Contra el frío cargo la ruana. En la lista decía guantes, pero ¿para qué?

Calmamos la ansiedad empacando todo para partir a la aventura, pero por mucho tiempo que le dediquemos a esto y por mucha lógica que le pongamos, se impone la ley de que siempre nos sobra algo y nos queda faltando lo esencial.

Ya con la ruana puesta y el morral al hombro salimos de casa en la oscuridad de la madrugada. Vamos a un lugar cercano pero desconocido: Usme, la Bogotá rural. Ese 70% de nuestra ciudad al que nunca nos hemos asomado y que hoy nos llama, nos invita, nos da la bienvenida.

El punto de encuentro es la estación Héroes, que todos los días hace honor a su nombre, recibiendo personas que desde las 5:00 a.m. llegan allí para cumplir con su trabajo, para construir ciudad, para cuidar a otros: la estación de los héroes anónimos. Esa estación reúne esa mañana a 240 voluntarios que no se conocen, pero que compartirán dos días de su vida.

En Transmilenio, la ciudad corre más rápido. Casi no alcanzamos a leer los nombres de las estaciones, pero identificamos lugares y les preguntamos a los vecinos de viaje sobre tal o cual edificio. Pasamos por Teusaquillo, Hortúa, Paloquemao, Olaya, Restrepo, La Piscina, el Voto Nacional, el parque Tercer Milenio, Fucha, Molinos…

Una mujer costeña pregunta sobre lo que ve y ante sus ojos va surgiendo Bogotá, va tejiendo vínculos con la ciudad que la acoge. Llegamos al portal Usme, estamos lejos de nuestra vida de todos los días, cargados, con ganas de hacer cosas que no conocemos muy bien.

El portal tiene una rampa y una escalera en caracol, son dos caminos distintos que llevan al mismo lugar. La gente se mezcla, pero los voluntarios se reconocen porque cargan sus morrales. Cambiamos de transporte, nos dan desayuno en bolsitas verdes y llegamos a la vereda El Destino. Todos los nombres parecen tener sentido en este día. La escuela donde nos hospedaremos es cómoda, estaré en una habitación compartida con 14 mujeres. Todo está listo, hay un morralito con snacks y dejamos nuestras cosas allí para emprender un nuevo camino.

Son varios frentes de trabajo. A mí me corresponde la finca de lechugas de Miriam. Voy con unos doce compañeros, no los conozco. Vamos caminando por un camino campesino, nuestras guías son dos niñas: Tatiana y Jennifer, que nos defienden de los perros.

Llegamos a la parcela. Nos dicen que nos sentemos en una sala-garaje-tienda; es decir, un salón múltiple, y esperamos. Me doy cuenta de que nuestros anfitriones están preparando aguapanela, queso hecho en casa y calaos para para nosotros.

Con la energía renovada, se inicia la jornada de trabajo. Tenemos tres tareas: deshierbar y organizar el gallinero; arreglar las eras de la huerta para poder sembrar de nuevo, y ordenar los desechos que hay alrededor del lote. Cada tarea tiene herramientas esenciales: el machete para cortar maleza; azadones y palas para dejar la tierra lista para cultivar y guantes para ir recogiendo lo que está en desorden.

Entre mis compañeros, algunos no han tocado un azadón o un machete, pero también hay gente que conoce el swing de las herramientas y que es buena con ellas. Al picar la tierra con el azadón pasan cosas maravillosas, cultivamos más de 20 papas, cortamos raíces de hierbabuena y nos deleitamos con su aroma.

La tierra tiene una historia y nos sentimos más cerca de ella. A cada equipo se le ocurren ideas sobre cómo hacer mejor nuestro trabajo y, aunque la labor es ardua, podemos conversar. La hija de Gloria estudia música, Alejandra trabaja en la ANDI con temas de selección inclusiva, Valeri vive en Paipa, tiene 6 años y quiere ser cantante de carranga y hoy visita a su abuela Miriam, la dueña de la parcela. Ari viene de Ecuador y está en un programa de talento internacional.

La tierra que estaba llena de maleza se afloja y se vuelve negra para recibir semillas. Ya se puede entrar al gallinero, el trabajo se va viendo. Como recompensa llega el almuerzo. Los frutos de la tierra están en nuestra mesa, el caldo es de papa del cultivo, las lechugas fueron cosechadas el día anterior, hay una gallina menos corriendo por el campo, la coliflor estaba en la huerta cuando comenzamos la jornada y Miriam la guisó con huevo producido en su parcela. Aquí la comida tiene rostro y sabe a satisfacción.

Miriam quiere ampliar y cercar su huerta, entonces dedicamos la tarde a dejar tierra para la siembra y a buscar pilotes para la cerca. Abrimos huecos para los pilotes, cortamos la malla y nos ayudamos unos a otros. A las 5:30 p.m., antes de oscurecer, de regreso a la escuela, vamos sonrientes y cansados. Seguros de que dormiremos delicioso.

El piso es duro, el frío es mayor al que habíamos imaginado, descansar en bolsa de dormir tiene su técnica y aunque el cansancio es mucho, las horas pasan lento y no logramos conciliar el sueño, alguien ronca y otra se queja; es parte de la aventura. Al amanecer discutimos ideas para dormir mejor la siguiente noche.

El día trae un nuevo reto. Nos subimos a un camión camino al páramo, a la brigada 13, a enfrentarnos a una especie vegetal, traída de lejos, que ha ido invadiendo nuestras montañas y no deja que nada crezca a su lado. Los desiertos verdes existen.

El retamo espinoso cubre muchas hectáreas de tierra y erradicarlo parece imposible. Es una labor de paciencia y protocolo, de no esparcir semillas. Cada vara de la planta está cubierta de hojas espinosas que contienen más de 1.000 semillas y flores amarillas.

Para defender el páramo se necesita primero voluntad, luego tijeras, al final un poco de machete y mucho método. El trabajo es lento, nos pinchamos, tenemos que cargar material orgánico loma arriba y, mientras caminamos, vemos brotes nuevos de la planta que hemos tratado de erradicar. Se nos ocurre un nuevo insulto: “eres como un retamo espinoso”.

Lea otros artículos de esta edición de la Revista A.