Por Bruce Mac Master, Presidente de la ANDI.
Esta columna fue publicada originalmente el 5 de agosto de 2018 en El Tiempo.
Aunque esta es época de balances y habría mucho que decir, para el país seguramente es mucho más valioso pensar en todo lo que tenemos hacia delante. Los desafíos económicos y sociales que recibe el presidente Duque son inmensos. Un país con un potencial grande en muchos frentes, pero que no ha logrado despegar triunfalmente en ninguno.
Decidimos enfrentar los retos sociales, despegamos en ese frente, pero las tasas de pobreza e inequidad todavía son inaceptables. Entendimos la importancia de la educación, aumentamos la cobertura, mas su calidad y pertinencia todavía no nos garantizan la senda hacia el desarrollo. Volvimos la salud un derecho fundamental, pero no tenemos garantías de su sostenibilidad. Finalmente entendimos el papel de la infraestructura, pero no contamos con los recursos para adelantar las obras mínimas para ser competitivos.
En pocas palabras, parecería que ya entendimos que la construcción de bienestar colectivo requiere de estrategias y políticas serias, ahora tenemos que construir las bases que permitan ejecutarlas. Tomamos la decisión de ser un país socialmente desarrollado, pero no hemos terminado de cerrar la fórmula que nos permita lograrlo. ¿Qué nos falta, entonces? ¿Cómo materializar esas aspiraciones?
No será con la idea simplista de reorientar el gasto y la inversión pública, ya que hay muchas cosas que no se pueden dejar de hacer. Mucho menos con la idea populista de aumentar los impuestos, ya que esto solo garantizaría el fracaso del modelo que ya se encuentra suficientemente exigido.
La única solución estructural es la de aumentar el tamaño de la economía, la de lograr aumentar la producción, el empleo, los ingresos de la gente y, por esta vía, el ingreso disponible para que el Estado pueda mejorar su impacto. Si algo diferencia a Colombia frente a todos los países que en los años 90 eran nuestros pares, y que hoy en día son los líderes mundiales, es la ausencia de políticas decididas de crecimiento económico.
La doctrina económica imperante durante los últimos años nos dejó en manos de la idea de que unas finanzas públicas sanas y una economía abierta conducían al desarrollo. Una versión simplista de la fórmula aplicada por otros países que además se ocuparon de hacer apuestas estratégicas, generar competitividad, aumentar la productividad y desarrollar estrategias comerciales inteligentes. Si somos crudos, la verdad es que si no hubiéramos contado con los ingresos del petróleo y la minería durante los últimos años, estaríamos en una situación muy precaria en muchos frentes. El Estado estaría en crisis. También el país.
Esta doctrina hace asimismo especial agua a la luz de la nueva realidad comercial mundial en la cual las principales economías luchan ferozmente por sus industrias y sus empleos. Contrasta con la posición colombiana que defiende la apertura sin pensar mucho en los detalles.
Si queremos progresar en lo social, en lo público, debemos cambiar nuestra mentalidad frente al crecimiento económico. Se debe convertir en una prioridad nacional. Debemos dejar la ‘patria boba’, en la cual se considera que o somos sociales o somos prodesarrollo económico. Seamos de izquierda o de derecha, el único camino es propiciar el crecimiento. Esto lo han entendido hasta los países antiguamente comunistas. Economías como las de China, Vietnam o, en el otro lado del espectro político, como Corea del Sur dedican a sus más brillantes mentes a pensar en el crecimiento.
¿Qué hacer, entonces? Dedicarnos obsesivamente a alcanzar las metas sociales por la vía de lograr contar con un país con más recursos económicos. Preguntarnos: ¿qué debemos hacer para aumentar la inversión? ¿Cómo ser más competitivos? ¿Cómo ser más productivos? ¿Cómo venderle más productos al mundo? ¿Cómo crear más empleo? Dedicarnos a la microeconomía para asegurar la macroeconomía.
El trabajo de todos los días, de cada ciudadano, es el que produce el desarrollo de un país. Tenemos que apoyarlo. Que no se nos vuelva a olvidar.